Aquí existe Lucas

Por Jessica Travieso

Los acontecimientos no surgen sin —al menos— una base vital, activa, elástica, (re)generadora… Las transformaciones no vienen a golpe de suerte, casi que por despiste o casualidad, o «porque estaba previsto que sucediera»: los verdaderos cambios son tales debido a los esfuerzos y la coherencia que soportan un trabajo constante; y esos primeros aportes van creciendo, expandiéndose y complejizando sus cánones. Así nacen los sucesos que constituyen un punto de giro en el devenir de los discursos de la humanidad.

El Proyecto Lucas es representante de ello. Es ejemplo de lo que puede llegar a establecer una idea, un impulso creativo de esos que acaban por convertirse en combustible esencial en la consecución de otras iniciativas igual de imprescindibles. Lo que comenzó únicamente como plataforma de videoclips (de un número limitado de materiales, comparado a ahora), fue extrapolando sus capacidades a la puesta escénica; en la manera de comunicarse en los medios; en la promoción cultural; en la interacción y visibilidad de la música con el público; en la estimulación de otros oficios artísticos. Ha potencializado, en resumen, todo un universo multidisciplinario que inherentemente está relacionado con la música, pero que, de disímiles maneras, la rebasa, para ocupar hoy un rol importante ya no solo en los medios masivos, también en la cultura cubana.

Lucas puede entenderse desde diversas perspectivas que, naturalmente, estarán regidas por el juicio polisémico de quien reciba este producto: lo notable es que, aun cuando solo se interprete de una manera, seguirá teniendo mérito en su propósito. Hace veinte años la promoción de los artistas se articulaba de modo distinto a como se realiza hoy día. En lo que a audiovisual concierne, los videoclips eran —hasta ese momento, en Cuba— extravagancias. Si bien existían músicos y agrupaciones que incluían material visual de sus propuestas, en la mayoría de los casos era por cuestiones, más que todo, de publicidad; la preocupación estética de expresar sus credos no solo mediante códigos musicales, era solamente una opción, una alternativa que se fue configurando cada vez con más fuerza en nuestro país como imprescindible, a partir del arado de Lucas. Un número dibuja a grandes trazos la realidad de hace veinte años, cuando, en la primera Gala de Premiaciones de Lucas, solo se contaba con treinta videoclips entre los nominados. Ha sido desde entonces un programa televisivo; que también impele el oficio del videoclip; que también selecciona piezas dentro del universo comunicativo audiovisual por su trascendencia creativa, discursiva, ingeniosa.

El Proyecto Lucas ya tiene sus bases bien sentadas. Existirán siempre metas, anhelos, límites que sobrepasar y defectos que corregir. Pero creo que en este punto lo esencial será mantener la estética sobre todo elemento que se aleje de ella (o la destruya). Y no me refiero solamente a la estética visual, que, si habita en soledad, no será nada más que vacuidad y flacidez de la que acompaña a lo frívolo: hablo de la estética de las obras que, aunque carezcan de ciertas condiciones técnicas, persistan en la voluntad de expresar mediante las artes, de subvertir, prestarse a los riesgos que, inherentemente, habitan en toda actividad reveladora.

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